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La otra cara del sida |
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Por Noeleen Heyzer*
En muchos países, las mujeres no pueden rechazar las relaciones sexuales no deseadas. La enfermedad del sida es una cuestión sanitaria, mientras que la epidemia está relacionada con diferencias sociales entre los sexos, dice la directora ejecutiva de Unifem.
NUEVA YORK.- En todo el mundo hay una creciente conciencia de que la difusión epidémica del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) se debe más que nada a factores sociales.
Mientras que la enfermedad es una cuestión sanitaria, la epidemia es una cuestión relacionada con las diferencias sociales entre uno y otro sexo.
En Africa, por ejemplo, la epidemia es un problema vinculado al dualismo sexual no sólo por el simple hecho de que el 55 por ciento de todos los afectados esté constituido por mujeres o porque en muchas partes del Africa subsahariana las adolescentes menores de 20 años estén infectadas en una proporción 5 o 6 veces mayor que sus homólogos masculinos.
Tampoco es una cuestión de sexos sólo porque el porcentaje de mujeres que a lo largo y ancho del mundo sufren de SIDA haya saltado del 41 por ciento en 1997 al 47 por ciento en el 2000.
La epidemia está relacionada con la diferencia social entre los sexos porque en muchos países es inaceptable que las mujeres digan "NO" a las relaciones sexuales no deseadas y sin protección contra el contagio. Creencias culturales, prácticas y valores influyen tan profundamente que las mujeres no pueden plantear esta simple exigencia que podría salvarles la vida.
Entre las estrategias que se promueven para revertir la expansión de la epidemia, el uso de preservativos es muy importante. Sin embargo, millones de mujeres en todo el mundo -sin importar la geografía, la educación y la clase- no están en condiciones de negociar una relación sexual segura sin temer una represalia, que puede ir desde estallidos de cólera y acusaciones a violento maltrato y violación. Tanto los hombres como las mujeres son socialmente impulsados a creer que los hombres tienen derecho a tener relaciones sexuales con sus esposas sin tener en cuenta si ellas las desean o no.
En el informe de las Naciones Unidas sobre el SIDA de junio del 2000 figura un estudio efectuado en Zambia que confirma hasta que punto la subordinación en el matrimonio puede comprometer la capacidad de autoprotección de las mujeres. Menos de 25 por ciento de las entrevistadas creía que una mujer casada puede rehusarse a tener contacto sexual con su esposo. La mayoría opinaba que no tiene derecho a rechazarlo, ni siquiera cuando él es manifiestamente infiel y está infectado con el VIH. Y sólo el 11 por ciento de las encuestadas pensaba que puede al menos pedir a su marido que, en esas circunstancias, use un condón.
Promover el uso del preservativo puede servir de poco a menos que las mujeres sean capaces de decir "NO" y que sean escuchadas y respetadas.
Los conocimientos de las mujeres sobre su propio sistema reproductivo son a menudo escasos. La creencia de que la mujer debe llegar virgen al matrimonio está extendida y con ella viene la idea de que los conocimientos sobre el sexo y la reproducción son una indicación de que las mujeres han sido sexualmente activas.
Por otra parte, el acceso al tratamiento es un privilegio del que gozan los hombres mucho más que las mujeres. Abundan en Africa las historias sobre las familias que agotan sus recursos para comprar medicamentos para salvar al varón jefe del hogar.
Algo parecido sucede con la distribución de fármacos. Por ejemplo, en un país estudiado por UNIFEM, aunque en principio el medicamento AZT estaba destinado a todos, fue distribuido a través del sector laboral formal. Pero, como la mayoría de las mujeres trabajaba en el sector informal, no estaba en condiciones de obtenerlo.
Otras estrategias para enfrentar la epidemia implican apoyo de la comunidad. Son ellas, a causa de sus papeles tradicionales, las primeras encargadas de cuidar a sus esposos enfermos, a sus hijos y, cada vez más, a sus nietos huérfanos.
Su labor impaga subsidia a la seguridad social y al sector de la salud en sus países. En el hogar, muchas mujeres que cuidan a sus parientes con VIH lo hacen sin usar guantes y con limitados conocimientos sobre cómo se trasmite el virus o sobre cómo podrían protegerse ellas mismas del contagio.
Finalmente, las propias comunidades son quizás más tolerantes con los hombres infectados que con las mujeres. Muchas mujeres sufren abusos físicos y emocionales cuando se conoce su condición de infectadas.
A menos que la desigualdad entre los sexos, que deriva de relaciones de poder, sea enfrentada en todas las estrategias, políticas y programas -tanto a nivel global y gubernamental como a nivel de la comunidad y de la familia- los esfuerzos para hacer retroceder a la epidemia se estancarán.
(Copyright IPS)
* Noeleen Heyzer es Directora Ejecutiva del Fondo de las Naciones
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