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Balleneros vascos en Islandia

2 November 2009 1 comentario

por Manuel Velasco – Nota publicada en Borealidad Año 3 – N1

En la región islandesa de los fiordos occidentales (Vestfirdir) quedaron historias que se pasaron de generación en generación (al modo de las sagas de sus antepasados vikingos) sobre la presencia de balleneros vascos en el siglo XVII. Tristes recuerdos de un tiempo de penurias, cuando el gobierno de la lejana metrópoli danesa impuso su monopolio sobre cualquier transacción comercial que se produjese en la isla, lo que, unido a algunos desastres naturales, llevó a los islandeses a la peor epoca de su historia.

borealidad.com.ar/wp-content/uploads/2009/11/ballenero-vasco.jpg”>ballenero vasco Balleneros vascos en IslandiaLos balleneros vascos, que en aquellos tiempos prácticamente monopolizaban el comercio internacional del aceite de ballena, solían visitar Islandia en sus viajes por el Atlántico norte, donde obtenían provisiones, además de vender bajo cuerda algún tipo de mercancías a los isleños, lo cual estaba totalmente prohibido por real decreto. También pagaban un buen dinero a los gobernantes de la zona por el derecho a la pesca, la autorización para tomar tierra y completar el proceso (descuartizar a los animales, fundir la grasa, llenar toneles).

El 1615 fue un año clave en esta historia islandesa, tanto por ser especialmente duro, climatológicamente hablando, como porque sólo llegaron tres barcos vascos con cerca de noventa marineros en total. Ese mismo año también llegó un decreto del rey danés, Christian IV, en el que autorizaba explícitamente la apropiación de los barcos vascos e incluso alentaba la matanza de los tripulantes, a los que acusaba de robar y estafar “a mis súbditos islandeses”.

A pesar de todo esto, cuando llegó el final de la temporada de pesca, a mediados de septiembre, sólo habían ocurrido algunos leves incidentes entre marinos y nativos, que se solucionaron sin más problemas. Pero, justo la última noche, mientras celebraban la fiesta de despedida, una tormenta arrastró un iceberg al interior del fiordo donde estaban fondeados los navíos, Reykjafjordur; la masa de hielo flotante golpeó uno de los barcos de tal manera que acabó hundiéndolo, mientras que otro, golpeado por el primero, quedó a la deriva en medio del temporal, estrellándose contra unas rocas y hundiéndose también. El tercer barco sufrió varios desperfectos en la quilla que lo dejaron inutilizable. Todo el trabajo de una larga y fructífera temporada se había perdido en pocos minutos.

Sólo a horas de iniciar el viaje de regreso, los balleneros vascos se encontraron prácticamente con lo puesto. Era una situación peligrosa, sin apenas armas (sólo tres fusiles y alguna pistola) y con la posibilidad de que los isleños se tomasen el decreto real a rajatabla. Los marineros vascos se alejaron de aquel lugar en las ocho barcazas que utilizaban para sus tareas cotidianas. Más tarde se dividieron en dos grupos. Uno de ellos buscaría en las costas del sur cualquier barco que pudiera llevárselos de allí y el otro se encargaría de encontrar un refugio para pasar el invierno, que ya se les venía encima, por si el primero no conseguía nada.

Este último grupo, tras encontrar una isla (Ædey) donde establecerse, se dividió a su vez en otros dos: unos fueron a tierra firme para conseguir provisiones (que tuvieron que robar, y no olvidemos que era una época de penurias para los isleños), mientras que los otros seguían preparando un campamento lo mejor acondicionado posible teniendo en cuenta las circunstancias.

Enterado de todo esto, el gobernador de aquella tierra, un tal Ari Magnusson, organizó una especie de milicia entre los suyos. A mediados de octubre, llegaron a las proximidades de la isla, esperaron a que anocheciera y atacaron, matando a todos los que allí había mientras estos dormían. Después fueron a tierra, hasta la granja donde el grupo que buscaba provisiones se había refugiado de una tormenta. Tras un intento de negociación entre un clérigo islandés y el capitán vasco, en latín, el capitán salió y entregó su pistola, pero uno de los isleños lo golpeó con un hacha, hiriéndolo. La reacción del capitán fue inmediata, saltó al mar e intentó huir a nado, pero fue alcanzado por una pedrada en la cabeza. El cuerpo, aun con vida, fue arrastrado a tierra, desnudado y violentado por la multitud. Después consiguieron entrar en la casa de la granja (seguramente los vascos ya se habían quedado sin munición). Ninguno se salvó. Fueron arrojados al mar desde un acantilado, desnudos y con los vientres abiertos.

La noticia se extendió por la isla y llegó hasta el tercer grupo, el que buscaba, al parecer infructuosamente, un navío que los pudiese sacar de Islandia. Dadas las circunstancias, prefirieron arriesgarse a robar un barco inglés e irse de allí. A esta terrible historia no le falta un final digno de una saga islandesa: el cadáver del capitán vasco, arrastrado por la corriente, apareció en una costa que pertenecía al gobernador Ari Magnusson, lo cual seguramente fue tomado como un mal augurio.

Se conocen los nombres de los capitanes de los balleneros vascos de esta historia: Pedro de Aguirre, Martín de Villafranca y Esteban de Tellería. El primer documento encontrado hasta ahora donde se cita a los balleneros vascos está fechado en el año 670.

El aceite de ballena era uno de los productos más preciados en la Europa de aquellos tiempos, siendo usado principalmente para el alumbrado público de las ciudades y para hacer jabón. En la época de esta historia, se calcula que había una treintena de barcos balleneros vascos en las aguas del Atlántico norte. Con el paso del tiempo, acabaron suplantados por los navíos ingleses y holandeses, muchos de los cuales llevaban arponeros vascos.

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