Los padres pueden ayudar a los niños a escuchar a Dios. El Señor desea tener una relación con nosotros, para liberarnos y transformarnos en su imagen. Nuestro deber es escuchar y responder.
Edward Mccormack

Washington / Sociedad – Ningún padre quiere recibir una llamada inesperada del colegio de su hijo. Cuando un orientador nos llamó para informarnos que nuestra hija Nina, alumna de segundo básico le dijo cosas hirientes a su amiga Annie, mi esposa y yo nos preocupamos. Esa noche, cuando terminamos de cenar, mi esposa se dirigió a Nina: “¿Quieres hablar de lo que pasó entre tú y Annie hoy día?”
 
Nina se enderezó, se puso pálida y bajó la cabeza. Luego se levantó de su silla lentamente, fue donde su mamá, se sentó en su falda, puso la cabeza en el pecho de la mamá y le susurró al oído. Mi esposa puso sus brazos alrededor de Nina y la acercó mientras la escuchaba. Terminada la confesión, Nina miró a su mamá. Mi esposa explicó que Nina sabía que lo que había dicho estaba mal. Le pidió a Nina que le escribiera una carta pidiendo perdón a Annie, y que se la entregara al día siguiente, lo cual Nina hizo con prontitud.
 
Nina subió a jugar con su hermana hasta la hora de dormir. Al escucharla reír, gritar y chillar alegremente, supe que se sentía bien nuevamente. A la hora de dormir Nina rezó conmigo y me dijo cuán mejor se sentía después de hablar con nosotros sobre lo que había sucedido entre ella y Annie.
 
LA PRÁCTICA DE HABLARLE A DIOS
 
Al día siguiente, Nina llegó del colegio con un panfleto sobre la oración titulado Oración católica para familias católicas. Fue una feliz coincidencia con nuestro deseo de ser una familia de oración, agradecemos nuestros alimentos y decimos un Padre Nuestro o una oración de agradecimiento antes de acostarnos, pero queremos que la oración se convierta en una disposición que defina cómo nuestra familia se relaciona con el mundo. Queremos que nuestros hijos desarrollen una relación con Dios y que estén más atentos a la presencia de Dios durante el transcurso del día. En pocas palabras, queremos cultivar una postura contemplativa de encontrar a Dios en todas las cosas.
 
Durante la cena leímos y conversamos sobre la parte introductoria del panfleto. Enfatizaba que toda oración empieza con la iniciativa de Dios que nos invita a conocerlo de una manera personal. El misterio de la Trinidad, la presencia energizante en todas las cosas están siempre apelando a nosotros a través de la presencia permanente del Espíritu en nosotros. Lo que parece ser nuestra iniciativa es en realidad nuestra respuesta al Espíritu de Dios que nos llama a la oración. A menudo pasamos en día sin estar conscientes de la graciosa presencia de Dios que nos llama a una nueva vida. Cuando rezamos despertamos al llamado de Dios y su cariñoso abrazo. Por eso San Pablo aconseja “Recen sin cesar”.
 
El folleto nos animaba a hablarle a Dios en la oración como quien le habla a un amigo. Les pregunté a mis hijos qué le dirían a Dios al rezar. Para mi gran sorpresa, Julia, la de 5 años, empezó a dar ejemplos concretos agradeciendo a Dios por nuestra casa, nuestros profesores; pedirle a Dios que trajera a la Mamy de vuelta a casa sana y salva desde el trabajo, o pedir perdón cuando nos decimos cosas hirientes. Sus sugerencias eran las mismas que sugería el folleto: rezar para agradecer, pedir y perdonar.
 
Después de cenar y de un poco de práctica de violín, leí un capítulo de uno de los libros de Harry Potter a Nina. Julia me pidió que le leyera alguna historia de su Biblia para niños. Después de leerle sobre el diluvio y el arcoíris, Nina me preguntó: “¿Por qué Dios no nos habla a nosotros como le habló a Noé?” Era una pregunta profunda a la luz de nuestra reciente conversación sobre la oración. Les aseguré a mis hijas que Dios sí nos habla, especialmente cuando rezamos.
 
La tradición Cristiana enseña que Dios nos habla de muchas maneras, especialmente a través de Jesucristo, pero muchos luchan por escucharlo del todo. Los salmistas advierten: “Si escuchas hoy la voz de Dios, no dejes que se endurezca tu corazón”. Ese es un si muy grande. Los salmistas creen que el problema radica en corazones endurecidos, lo que sin duda es cierto, pero también tenemos un problema de audición. Los niños son más directos al respecto, pero los adultos, que vivimos en un mundo ruidoso y apresurado, debemos luchar para escuchar la voz de Dios. Muchos cristianos no saben cómo escuchar la voz de Dios porque no saben cómo nos habla Dios. Muchos concluyen, tal como hizo mi hija, que Dios no nos habla como le habló a Noé. Si no creemos que Dios nos habla, no escucharemos su voz.
 
¿CÓMO NOS HABLA DIOS?
 
Después de lo que Nina había vivido el día anterior con su mamá, me sorprendió que no creyera que Dios pudiese hablarle “de la misma manera que le habló a Noé”.
 
“Nina, creí que Dios te había hablado fuerte y claro la otra noche”, le dije.
 
San Ignacio de Loyola enseña que hay partes de nosotros que no han sido sanadas y liberadas por Cristo. A veces actuamos contra el trabajo y la misión de Cristo y tenemos conductas destructivas. Cuando se dan estas situaciones, el Espíritu Santo trabaja para cambiar nuestra conducta al llenarnos de remordimiento. Muchos cristianos asumen que sólo experimentan a Dios en momentos de paz y alegría, pero Ignacio nos recuerda que Dios nos habla de otras maneras, especialmente en los episodios de remordimiento. Este es un acto de amor de parte de Dios porque Dios desea liberarnos de nuestras actitudes y actos distorsionados. Le expliqué a Nina que Dios le habló a través de sus sentimientos de pena y remordimiento sobre cómo se había comportado con Annie.
 
El Señor también le habló a Nina cuando ella estaba en los brazos de su mamá y le susurró su confesión. A través del abrazo de mi esposa, Nina escuchó y experimentó la compasión y la misericordia del Señor. Después de admitir lo que había hecho y aceptar escribir una disculpa, se sintió ligera, feliz y llena de energía. Era ella misma nuevamente.
 
Según San Ignacio, Dios alienta a la persona que busca hacer el bien restaurando las relaciones y llenándola de energía, valentía, claridad e inspiraciones. Dios también proporciona consuelo espiritual. La manera más común son los sentimientos de paz y quietud y las sensaciones de felicidad interior que nos atraen a vivir como Cristo. El Señor le dio a Nina el deseo de escribir aquella carta, la valentía para entregarla y la inspiración para actuar de otra manera hacia Annie en el futuro. Nina experimentó lo feliz que estuvo Dios con su decisión, liberándola de culpa y llenándola de alegría. Aquella fue una experiencia de consuelo espiritual, producto de su cooperación con el Señor.
 
LA DUBITATIVA JULIA
 
Julia estaba sentada a mi lado, escuchando mientras yo le explicaba a Nina cómo Dios le había hablado en los últimos dos días. “Papá, Dios no me habla a mí como le habló a Nina”, me dijo.
 
“Pero Dios te habla todos los días”, le contesté. Julia inmediatamente puso a prueba mi afirmación poniéndose de rodillas al frente mío y juntando sus manitos e inclinando su cabeza en oración. Cuando se sentó nuevamente en el sillón me miró y dijo: “¡Papá, acabo de escuchar la voz de Dios y a mí no me habló como le habló a Nina o a Noé!”
 
San Ignacio creía que todo el bien que recibimos en nuestras vidas viene de Dios, como luz que viene navegando hacia nosotros desde el sol. Le pregunté a Julia: “¿Qué cosas buenas te ocurrieron hoy?” Ella inmediatamente nombró a su mamá, su hermana, una de sus amigas y nuestra casa. Por supuesto, estas son apenas algunas de las cosas buenas que Dios le dio. Le recordé que todas ellas se las da Dios. “¿Sabes lo que Dios te está diciendo cuando te da todas esas cosas buenas?”
 
“No”, me contestó.
 
La mire a los ojos y le dije: “Dios te está diciendo lo mucho que le gustas y lo mucho que te quiere”. Una gran sonrisa apareció en su cara.
 
Hice una breve pausa y agregué: “Niñas, hay muchos niños que no tienen todas las cosas buenas que ustedes tienen. Hay muchos niños en el mundo que tienen hambre, viven en medio de la violencia y no tienen un hogar”. Ellas asintieron mientras yo hablaba. “Dios también está con ellos y los ama muchísimo, pero las personas que Dios ha enviado para que los cuiden no siempre escuchan a Dios”.
 
“¿Cómo está Dios con ellos?”, me preguntó Nina.
 
Pensé por un instante y contesté: “Recuerden que Jesús nació pobre y sufrió una muerte horrible mostrándonos que Dios está con los pobres y los que sufren. Tal como Jesús caminó con los discípulos en el camino a Emaús —ustedes saben la historia—, él camina con los que sufren. Él vive en sus corazones dándoles coraje, fuerza, paz y esperanza”.
 
¿LE HABLA DIOS A LOS ADULTOS?
 
¿Por qué Dios no me habla a mí como les habló a los profetas o a los discípulos de Jesús? Esta es una pregunta frecuente para muchos cristianos, tanto adultos como niños. La experiencia de Nina, interpretada a la luz de los principios ignacianos fundamentales, me recuerdan que el Señor Jesús siempre nos está hablando a través de nuestras relaciones y nuestras elecciones, a través de nuestros sentimientos, deseos, imaginación y pensamientos. Él habla a través de la creación, a través del regalo de la vida, a través de otras personas y a través de nuestras propias habilidades, oportunidades y luchas. El Señor desea tener una relación con nosotros, para liberarnos y transformarnos en su imagen. Nuestro deber es escuchar y responder.
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Edward Mccormack. Profesor adjunto de espiritualidad cristiana y director del departamento de espiritualidad Cristiana del Washington Theological Union, donde se especializa en espiritualidad ignaciana. Publicado en revista America, www.americamagazine.org

 


 
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