El origen de “Nicarao-agua”: la Traición y la Paz

Por: Edwin Sánchez
Sunday 16 de October 2016
El origen de “Nicarao-agua”: la Traición y la Paz

Ha prevalecido, desde la época precolombina hasta años recientes, una inexactitud nacional que en un sector conservador prevalece aún con fuerza. ¿Qué es Nicaragua y cómo la asumimos?

Para la casta conservadora, Nicaragua no importa como nación. Su visión ideológica desdibuja la República hasta hacerla desaparecer en los pequeños contornos de sus propios intereses tribales.

Sin arraigo, la opacidad de su nacionalidad se expresa en un atávico prejuicio a lo autóctono que se sistematiza en la Colonia. La Independencia no cortó el cordón umbilical de una mente domesticada por la metrópoli. Esta tendencia es un permanente retroceso, donde toda articulación nacional se disipa.

Nuestro nacimiento como nación es incierto y fracturado constantemente por invasiones, intervenciones, injerencismos, guerras de baja y alta intensidad, agresiones, bloqueos económicos… Y todas estas intromisiones fueron aplaudidas y justificadas por los de siempre. Ayer…hoy.

¿Quiénes fuimos antes? Los nombres definen y marcan un destino, hemos dicho.
De la cultura mayor que toma el nombre el país hay tantos gentilicios que nos pierden el camino que debe recuperarse plenamente. Y esa es parte de la lucha del Sandinismo que no se ha planteado ninguna otra formación política: ¿Quiénes somos? y ¿A dónde vamos?

II

Aquí llegaron los Nahuas, se ha dicho, pero fíjense que nunca se habló con propiedad de esta definición poblacional igual que se hace con otros pueblos y, más aún, de lo que de ello deriva.

Esta sociedad también se conoció como Nicaraos y Niquiranos, en una designación que multiplica una procedencia que se debate entre el mito y la realidad. Uno debería preguntarse ¿a qué tantos gentilicios y veneros de un grupo étnico también llamado náhuatl? No podemos hablar, pues, de un solo origen, pero sí de una nefasta actitud tribal.

Si somos de procedencia Nahua, admitimos que nos reconocieron en el pasado remoto como Nahoas y hasta se llegó a inventar una región que jamás existió: Nicaraocallí, en detrimento de un cacique real, Macuilmiquiztli.

Nombres sobre nombres que asombran, que se borran y se fabrican en los círculos intelectuales conservadores con una sola intención: escamotearle a este pueblo, la Nicaragua actual, la verdadera columna vertebral de la dignidad soberana.

No es fortuito, pues, la burda manipulación de El Güegüence que hacen los mismos círculos conservadores que desde el palco de su grotesca lectura tratan por un lado, de darse un baño de honorabilidad, y por el otro, exaltar la traición y la mentira como parte consustancial del carácter nicaragüense.

Queda para el Records Mundial del Cinismo: acusar al pueblo de reproducir las bajezas de la élite que constituyen las “páginas fatales de la historia”.

III

Veamos. Ni siquiera se ha hecho el más importante de los simposios: ¿Cuál es el Génesis de nuestro nombre Nicaragua?

Algún historiador escribió que éramos Niqueragua (Lothrop), aunque los hay quienes opinan que es en memoria del Valle de Anáhuac, México, de donde partieron estos pobladores. Ellos, señalan, bautizaron la región sur-oeste como Nic-anáhuac, “Hasta aquí los del Anáhuac”.

Anáhuac significa en náhuatl: “Junto al Agua”, lo cual sería más que una simple coincidencia, un designio, ratificado de alguna manera por los primeros europeos en el Nuevo Mundo.

Los expedientes revelan que “Nicaragua” es una pronunciación de los españoles que admiraron la Mar Dulce, el Cocibolca.

Al saberse ubicados en la región de los Nicaraos y ver tanta agua, los andaluces llamaron al territorio “Nicarao-agua”, como lo aseguró José Dolores Gámez. Su uso terminó denominando al país. Es un subproducto de la burla imperial.

IV

Hay que comprender que lo que ahora se da por nombrar “pueblos originarios”, ninguno de los tales respetó a los que ya antes ahí se encontraban “originalmente”.

Cada oleada migratoria significó expulsar a los moradores del Pacífico, empezando con los Caribisis. Muchos autores consideran a los Mosquitos o Miskitos los primitivos vivientes de la región más densamente habitada del país.

Los Chorotegas los mandan al Este del Lago Cocibolca y otra presencia del norte, Chontal, los terminan de desterrar hasta reubicarse en el Caribe (José Dolores Gámez y Samuel Kirland Lothrop).

Otros historiadores plantean lo mismo, pero con sujetos distintos: los despojados fueron los matagalpas y sumus mayangnas (Frances Kinloch).

Luego le tocó el turno a los Chorotegas, pero víctimas, por parte de los Nahoas, de algo desconocido hasta entonces en nuestras tierras.

Al ser desalojados de sus vastos dominios se concentraron al occidente del Xolotlán (Nagrandanos) y en La Gran Manquesa (Dirianes): Monimbó-Diriamba-Nandaime-Diriá-Diriomo-Niquihohomo-Masatepe…

Este trágico capítulo inaugura un ciclo perverso en la Historia: para apoderarse del suelo donde terminó la diáspora de los Mangues, los Nahuas inicialmente recurrieron a sus artes bélicas. Al no lograr derrotar militarmente a los Chorotegas, acudieron a sus estrategias políticas: convinieron en mandar una embajada de supuesta paz.

El cronista Juan de Torquemada relata cómo se posesionaron los Nicaraos del mapa Mangue, incluido los cacaotales de la actual Rivas:

“Y ahí estuvieron algunos días como Huéspedes y pensaron una traición, para poderse quedar con aquella Tierra; y fue que demandaron Tamenes (esto es, muchos indios de carga) para que les ayudasen a llevar su Recuaje, o Hacienda, y ellos (Chorotegas) por quitarse de la pesadumbre que les daban diéronles muchos indios y salieron aquel día, y asentaron aquella noche no más de una legua de allí, al Río que se dice de las Piedras, y en dormiéndose los Tamenes, matáronlos y luego volvieron de Guerra, y mataron también a los que quedaban en el Pueblo; y los que se escaparon, fueron huyendo adonde ahora se dice Nicoya, y adonde aquellos Traidores quedaron, se dice Nicaragua” (Enciclopedia de Nicaragua, Tomo 1).

Los Nahoas estaban en el desarrollo de sus potencialidades cuando llegaron los españoles para sufrir lo que antes practicaron.

V

Aun con las brumas de Caín sobre nuestras tierras, las virtudes de Abel son mayores. Hay un nacionalismo que se expresa sin balbuceos, en línea directa con los Chorotegas. La coherencia histórica de esta digna estirpe no es obra de la casualidad: Diriangén, Rubén Darío y Augusto César Sandino.

Estas son, precisamente, las fuentes nutricias que alimentan el Sandinismo actual y que construyen una identidad de país que superen las nebulosas de la Historia. Digamos, sus inexactitudes.

Rubén Darío no rechaza el torrente sanguíneo Mangue que agita sus venas, y aun la africana, cuyo reconocimiento nacional es una rezagada asignatura.

“¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despechos de mis manos de marqués…”, dijo en sus Palabras Liminares (Prosas Profanas).

Como se apuntó anteriormente, los Chorotegas, tras la abominable conducta Nahoa, se concentraron en dos núcleos: Nagrandanos y Dirianes. Y es Diriangén, el líder de la Gran Manquesa, que enfrenta a los conquistadores.

Por algo Rubén no se siente deudor genético de los Niquiranos. No es traidor. Ni a su raza ni a su país ni al general José Santos Zelaya. Su refutación al Presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft, que publicó bajo la firma del ex Presidente liberal, es una magistral lección de ciencias políticas.

Augusto César Sandino es el otro auténtico descendiente de los Chorotegas: nacido en Niquinohomo, un pueblo fundado por esa sociedad primigenia, sus convicciones no variaron desde que vio, muy jovencito, los restos del general Benjamín Zeledón.

Él actuó según su noble linaje: aceptar la paz que le costó la vida. De nuevo, un Chorotega traicionado por los Nicaraos.

¿Qué es Nicaragua y cómo la asumimos? Las respuestas están documentadas en Diriangén y las obras espléndidas de Darío y Sandino.

Estas tres Lealtades son las piedras fundacionales de nuestra identidad nacional que ahora cubre a los Niquiranos en el proceso del mestizaje: “nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria”. Somos, por lo tanto, un pueblo multiétnico dado y entregado a la mayor de las poesías: la paz.

Y no somos, gracias a Dios, un pueblo de traidores; no asumimos, colectivamente, ese deleznable oficio de eunucos sin patrias.

Pero de que los hay, los hay