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Los frutos de la revolución

Hoy, 19 de julio, se conmemora en Nicaragua el 42 aniversario de la revolución sandinista. Por imposición del Estado es día de asueto y fiesta oficial, aunque la mayoría de los nicaragüenses no tiene motivo ni razón alguna para celebrarla

No solo los somocistas fueron víctimas de la revolución sandinista de 1979. También la sufrieron muchos nicaragüenses que habían sido antisomocistas y hasta respaldaron a los sandinistas, creyendo ilusamente que establecerían la democracia y promoverían el desarrollo económico para beneficio de toda la sociedad. Pero los sandinistas impusieron otra dictadura peor y por querer exportar la revolución a El Salvador provocaron una guerra con intromisión de las dos grandes potencias hegemónicas.

No es una valoración política ideologizada decir que la revolución sandinista trajo para Nicaragua más males que los que resolvió. Es la verdad histórica. Si a los árboles se les conoce por sus frutos y a las personas por sus acciones, a las revoluciones hay que conocerlas por sus resultados. Y los de la revolución sandinista no podían ser más dañinos, dolorosos y duraderos para la nación nicaragüense.

Bartolomé Mitre, presidente de la República Argentina de 1862 a 1868, escribió que “la peor de las votaciones legales vale más que la mejor de las revoluciones”. De manera opuesta, Carlos Marx elogió las revoluciones que según él son las “locomotoras de la historia”. Pero Mitre tenía razón. Casi siempre las revoluciones causan más males que bien, al contrario de los cambios evolutivos y reformistas que son pacíficos, nada heroicos, lentos y graduales, pero eficaces y sobre todo evitan el sufrimiento de la gente.

Las revoluciones casi siempre imponen nuevas tiranías, muchas veces peores que las que derribaron. Algunas revoluciones han producido algunos avances, pero a costa de sacrificar la libertad y causar grandes derramamientos de sangre. La justificación que le han dado a eso es que para hacer tortilla de huevos, hay que romper los huevos.

Pero la verdad es que esos mismos logros, y más, se pueden conseguir a través de procesos reformistas y pacíficos, sin necesidad de destrucción y de matanzas entre hermanos.

Nicaragua, hasta 1979 y a pesar de la dictadura liberal somocista era uno de los países más prósperos y pujantes de Centroamérica. Pero ahora, como consecuencia de la revolución sandinista es el segundo país más atrasado y pobre de América Latina, solo superado por Haití.

Los gobiernos de 1990 a 2006, porque eran democráticos pudieron sacar al país de las ruinas y la postración en las que lo dejó la revolución sandinista. Pero la nueva dictadura orteguista que ejecuta la segunda etapa de la revolución sandinista, revirtió todos los logros de aquel período. Y ha hundido otra vez a Nicaragua en la penuria, la inseguridad pública y la ausencia de libertades y derechos, inclusive de los más elementales e imprescindibles.

Jorge Castañeda escribió recientemente que “una revolución es un acto antidemocrático por antonomasia, ya que implica imponer los intereses de una clase social —o de un bloque o coalición de clases— a otro u otros”. Y advierte que mejor son las reformas, que suelen ser exitosas aunque sean limitadas, poco épicas y reversibles.

Es lo que dijo muy bien Bartolomé Mitre y para concluir vale la pena repetirlo, que la peor de las elecciones es preferible a la mejor de las revoluciones.

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