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Orteguismo vs. cultura de paz

El sociólogo noruego Johan Galtung es el autor más prolífico en temas relacionados con la cultura de paz y la no violencia. Plantea este autor grosso modo que hay tres tipos de violencia, “la cultural, estructural y directa”. La estructural obedece a un sistema injusto económico y/o político; la directa es la violencia de las guerras, la violencia criminal, violencia de género, etc., en la cual se causa la muerte o lesiones en el cuerpo; finalmente, la violencia cultural es simbólica y persistente, se anida en la religión, ideología, el lenguaje, en los medios de comunicación, etc. Su función es legitimar las otras violencias, la directa y la estructural.

En Nicaragua, la dictadura “Ormu” se debe estar preguntando por qué casi nadie, ni dentro ni fuera del país, se traga el cuento del golpe de Estado, el terrorismo, las violaciones, las torturas, destrucciones y el sin fin de tropelías que le atribuyen a los “tranqueros golpistas”.

Su estrategia es sencilla: distorsionar la realidad e invertir los papeles de manera que todo el terrorismo de Estado, los crímenes de lesa humanidad, las violaciones de derechos humanos, ampliamente documentados, que cometieron las fuerzas policiales junto con los paramilitares, achacárselos a las víctimas, al pueblo nicaragüense que espontáneamente se volcó en las calles en apoyo a las protestas de los estudiantes.

Lo que probablemente desconozcan los autores de tan infame campaña mediática, es que su comportamiento o estrategia de culpar a las víctimas por los crímenes por ellos cometidos, es tan descarada, tan burda, que ha sido ampliamente documentada por los expertos en materia de conflictos, porque es una actitud típica de los regímenes dictatoriales, como el sociólogo Galtung, es decir, ni siquiera tienen originalidad para inventar sus patrañas. En este sentido, expresa el referido autor nórdico: “la principal manifestación de la violencia cultural de las elites dominantes es culpar a las víctimas de la violencia estructural y acusarlas de agresoras” (p. 156).

Por otra parte, el lenguaje de odio difundido constituye otro comportamiento típico de las dictaduras para fomentar la intolerancia y justificar su represión. Sobre esto explica el referido autor: “Una de las maneras de actuación de la violencia cultural es cambiar el utilitarismo moral, pasando del incorrecto al correcto o al aceptable; un ejemplo podría ser asesinato por la patria, correcto” (p. 150).

Además, este comportamiento de agresividad verbal cargada de epítetos insultantes tampoco es genuino y sobre, por ello expresa Galtung: “De igual forma como Hitler calificó a los judíos como peligrosos, bichos, o bacterias” (p. 160).

Pareciera que la técnica del régimen es una copia de la máxima goebeliana: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”; tal vez esa siniestra frase pudo tener cierto arraigo en una época de rudimentarios medios de comunicación. Empero, pretender imponerla ahora es una quimera, especialmente en estos tiempos marcados por la tecnología e intercambio de la información, la globalización y el internet que se traducen en miles de videos, testimonios y fotografías que demuestran exactamente lo contrario.

En definitiva, los comportamientos represivos y sus intentos de justificación por parte de los regímenes dictatoriales no son novedosos, más bien están ampliamente documentados por la doctrina especializada en esta materia. A pesar de lo obvio que la violencia engendra más violencia, resulta paradójico, que las dictaduras se empeñen en “solucionar” los conflictos con más violencia; pretender eso equivale a sofocar un incendio con combustibles. A la cultura de la violencia se debe anteponer una genuina cultura de la paz.

Invito al gobierno a la reflexión.

El autor es profesor titular de Derecho. Phd. Universidad de Salamanca, España.

Opinión dictadura Johan Galtung Nicaragua terrorismo archivo
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