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Los asesinos buenos del marxismo

Pareciera que solo asesinan los malos; que los buenos no lo hacen. La paradoja, que muestra elocuentemente la historia contemporánea, es que esto no es siempre cierto. Personas buenas, tiernas, incapaces de maltratar a un perro o robarle a su amigo, pueden, al mismo tiempo, matar inocentes. Personas llenas de conciencia social y preocupación por los oprimidos, pueden, al mismo tiempo, ser ejecutores o cómplices, de increíbles atrocidades. Personas con buenas intenciones pueden avalar campos de concentración.

Ejemplos de esta flagrante contradicción están a la vista, como es el caso de la revolución sandinista, en Nicaragua, y de muchas otras experiencias revolucionarias en el mundo. En ella participaron, sin lugar a duda, gentes definitivamente malas, resentidas, mezquinas y vengativas. Pero también lo hicieron idealistas capaces de entregar sus vidas por el pueblo. ¿Cómo explicarlo?

La clave la explicó Richard M. Weaver en su libro Las ideas tienen consecuencias (1948). Una persona bien intencionada, pero con ideas malas, puede hacer mucho daño. Decía él al respecto que “las consecuencias que expiamos no son producto de causas naturales —como pestes o terremotos— sino de decisiones no inteligentes”. Definiendo inteligencia como “la capacidad de razonar, planificar, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia”.

La gran tragedia de la Nicaragua del siglo veinte, quizás la peor desde su independencia, fue que llegó al poder un grupo de guerrilleros portador de la ideología más destructiva de la historia contemporánea. Y que estos fueron aplaudidos y apoyados por incontables personalidades, intelectuales y curas, del mundo entero. Faltó a todos inteligencia al no entender las implicaciones filosóficas y prácticas del credo marxista, y el no aprender de la experiencia de las naciones que lo habían vivido.

La ideología marxista leninista es seductora porque ofrece una explicación completa, coherente y optimista, de la historia humana.

Pero es venenosa, homicida. Así como el árbol se descubre por sus frutos, como decía Jesús, así la maldad de una ideología se descubre por sus víctimas. Ninguna ideología en la historia de la humanidad, léase bien: ninguna, ha causado tantas muertes como la comunista. Los peores genocidios del siglo XX no fueron los causados por Hitler sino por Stalin y Mao. Juntos mataron más de cien millones de personas. Pol Pot, en Cambodia, a casi un tercio de su población. Dondequiera que el credo marxista leninista manda produce una estela de pobreza, opresión y muerte.

Tales cosechas no son desviaciones de un libreto bien intencionado pero incomprendido, sino cumplimiento fiel y literal se sus presupuestos filosóficos y éticos. Para Marx no existe una moral universal que obliga a toda la raza humana. La moral es producto de los intereses de las clases dominantes. Lenin lo expresó claramente: es moral todo lo que contribuye a la revolución, inmoral todo lo que la adversa. Si para establecer el reino feliz del proletariado hay que exterminar a las clases dominantes y sus aliados, no importa hacerlo, aunque mueran millones. Los enemigos “del pueblo” no tienen ni merecen derecho alguno. El diario Barricada, vocero del FSLN durante la década revolucionaria, ponía en grandes titulares: “100 bestias eliminadas”. Los enemigos de la revolución, los contras, no eran personas sino animales despreciables.

Si queremos humanizar la sociedad es preciso ayudar a pensar bien. Weaver, para quien el hombre contemporáneo es un idiota moral, el gran tema era determinar “si existe o no una fuente de verdad superior al hombre e independiente de él. La repuesta es decisiva para el destino de la humanidad”. De allí la importancia de librar la batalla de las ideas; la lucha por clarificar las mentes, hacer pensar, y cultivar el sentido crítico. El déficit de este esfuerzo explica los genocidios del siglo pasado, lo que ocurrió en Nicaragua y ocurre hoy en Venezuela y está por ocurrir en Perú. Se necesitan guerrilleros de la verdad que combatan el alud de mentiras, bien olientes, que siguen seduciendo y corrompiendo buena parte de la humanidad. Es tiempo de ser inteligentes.

El autor es sociólogo e historiador. Autor del libro En busca de la tierra prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

Opinión Marxismo Nicaragua Richard M. Weaver Venezuela archivo

COMENTARIOS

  1. Hace 3 años

    La mentalidad guerrillera de los 70 y 80 nunca tuvo intenciones del buen gobernar solo de aplastar por adoctrinamiento los poderes de facto que lo justificaran, para luego apropiarse por la armas de un vértigo de soluciones sociales caóticas adornadas por tristes y pobres lógicas de conveniencia, que la naturaleza a cualquier ente permite. La conciencia humana dicta bajo cualquier plataforma moral las ideas que serán buenas o malas y, de ella y de cada quien, es la responsabilidad de ponerlas en acción sin ningún derecho de eximirse de culpabilidades. Para una persona pensante, las ideas no son circunstanciales, algunas veces buenas y otras malas, ni doblegan la mente haciéndola a veces inteligentes y a otras imberbes. Nunca fueron hombres ni mujeres buenos que no tuvieron “buenas ideas”; siempre mediocres, irresponsables y conscientes de ello. No hay lugar a excusa ni perdón.

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