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Para algunos el santo es Zelaya

En los años ochenta conocí a Elí Altamirano, cuando participábamos en el Diálogo Nacional que presidió Carlos Núñez Téllez. Elí representaba al Partido Comunista y el que escribe al Partido Conservador. Hicimos alguna amistad y en un receso me confesó que él era ateo, no queriendo entablar discusión sobre el tema, solo le dije que no creía que había ateo sincero, lo que sigo creyendo.

Cuando era estudiante de intermediaria tuve un profesor de Física que hacía alarde de ser ateo y se burlaba de las personas creyentes y especialmente de la santísima Virgen María. Después de recibirme de abogado, le di atención profesional y fui llamado para redactar su testamento en sus habitaciones privadas, cuál fue mi sorpresa cuando vi que, sobre la mesa de noche, se encontraba una estampa del Corazón de Jesús, al ver mi sorpresa, me explicó que había cambiado en una visita que hizo a Cuapa y que ahora era creyente.

Desde Elí no había sabido que alguien se confesara ateo, hasta que leí en LA PRENSA un artículo de Humberto Carrión, titulado “José Santos Zelaya”, que es una crítica a un muy comedido artículo publicado anteriormente por el doctor Humberto Belli, criticando que se erigiera una estatua al autócrata José Santos Zelaya (1893-1909), pero como está redactado el artículo de Carrión, más bien da la impresión que se trata de un pretexto para atacar a la religión cristiana.

El monumento a Zelaya no justifica el irrespeto a los cristianos de todas las denominaciones, por el caso cuando llama a San Pablo un “inestable emocional” lo que quiere decir que no conoce sus epístolas que constituyen un compendio de la doctrina del Divino Maestro, inspiradas y redactadas en forma lógica y coherente, por tanto, imposible que sea producto de una mente “inestable y emocional”.

Acepta el “pequeño burgués” según se autollama, como natural que Zelaya haya impuesto por la fuerza y opresión total su liberalismo a una sociedad “anclada en el pasado”.

Poco conocimiento de la historia. El gobierno que asaltó Zelaya venía de los 30 años conservadores, en lo que se había decretado la enseñanza gratuita, se había traído profesores extranjeros para la enseñanza secundaria, se instalaron los primeros ferrocarriles, teléfonos, telégrafos, etc. Todo después de la guerra civil y la Guerra Nacional contra Walker por una parte y por la otra, ¡sin necesidad de endeudar al país! Era la Suiza Centroamericana.

Zelaya no se merece ninguna estatua, si su principal mérito fue atacar a la Iglesia católica, confiscándole sus bienes, expulsando obispos del país, como ocurrió con los obispos Pereira y Castellón y Lezcano y Ortega, impidiéndoles su labor evangelizadora, pues no lo consiguió, acá continúa la Iglesia católica llena de prestigio, predicando el evangelio y a la cabeza de su pueblo.

A la inversa, Zelaya es el fundador del militarismo. Según el libro de historia del presidente Enrique Bolaños (Pag. 148), en 1901 Zelaya tenía un ejército de 40,797 miembros, que consumían la mayor parte del Presupuesto General de la República, muy poco debe haber quedado para invertirlo en obras civiles.

Es verdad que Zelaya es reconocido porque en su gobierno se promulgó la Constitución llamada “La Libérrima”, pero sus principios libertarios no los puso en práctica y gobernó con la Ley de Mantenimiento del Orden Público con la que pudo actuar como “señor de horca y cuchillo”. Esto no fue suficiente, el 7 de octubre de 1896 dictó lo que llamó la “Contralibérrina” que negaba las libertades contenidas en la anterior.

Señor Carrión, su santo no se merece estatua.

El autor es abogado, dirigente en retiro del Partido Conservador

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