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El derecho a opinar: los 25 años de En Letra Pequeña

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En Letra Pequeña

Permítanme esta vez hablar un poco de esta columna que cumple 25 años este mes.  Sobre todo, porque en los días que corren no se sabe por cuánto tiempo más pueda seguir opinando en ella, con la libertad que lo he hecho hasta ahora. En Letra Pequeña nació en 1996, en El Semanario, un pequeño medio para el que trabajaba entonces, y que fue una de mis más importantes escuelas. Luego, en 1999, la traje conmigo a La Prensa. La columna tenía la intención de comentar en voz alta los hechos cotidianos, como lo hace cualquier ciudadano en una parada de buses o en una charla de amigos.

Censura

En todos estos años nunca he recibido censura ni de gobierno alguno ni de los dos medios en los que la he publicado. He criticado a todos los gobiernos, desde el de doña Violeta hasta el régimen actual. Nadie nunca me ha impuesto sobre qué debo escribir y en más de alguna ocasión mi opinión ha chocado, para que se den una idea, con la posición editorial del diario LA PRENSA para el que trabajo. Sí he recibido amenazas, quejas e intimidación, en algún momento de todos estos años, sin que hayan llegado a ser relevantes. Sin embargo, tampoco puedo dejar de decirlo, nunca opinar, un derecho constitucional, fue tan peligroso como ahora.

Opinión

Otro asunto que debo aclarar en este relato es que por escribir esta columna nunca he recibido un centavo. No hace parte de mis compromisos de trabajo con LA PRENSA, ni los hizo cuando se publicaba en El Semanario. Al contrario, en ambos medios fui yo quien pidió la oportunidad de expresar mi opinión personal y libre en sus páginas. En LA PRENSA incluso se discutió en su momento si era conveniente que un periodista expresara su opinión a través de una columna cuando en la Redacción insistimos en separar la opinión de la información. La conclusión fue que en todas partes del mundo hay periodistas que opinan, siempre y cuando lo hagan en los espacios que corresponden: las páginas y los géneros de opinión.

Acomodados

Hubo momentos en los que me sentí solo. Pensé incluso dejar de publicar esta columna que, técnicamente no me traía ninguna ventaja y sí muchos problemas. Mucha gente dejó de criticar los signos autoritarios que tempranamente manifestó este régimen y se acomodaron. ¿Para qué vamos a complicarnos si el país, mal que bien, funciona? Es más, muchos de estos acomodados, enfilaron sus cañones contra mí porque desde esta misma columna criticaba ese acomodamiento. “Están ensebando la cuerda con que los van a ahorcar”, advertí En Letra Pequeña.  Algunos personeros, que no vale la pena mencionar, llegaron a la dirección de LA PRENSA a quejarse que yo era un “infiltrado” del MRS. Lo irónico es que tiempo después, cuando ellos ya estaban desacomodados, otros los criticaban a ellos de MRS porque está ha sido la etiqueta que usan muchos para descalificar, satanizar, a quien les incomoda.

Gracias

Cada jueves, sin embargo, recibo una gran cantidad de mensajes de personas que me agradecen representar su voz. “Lo que usted dice es lo que yo quiero decir”, me escriben con frecuencia. O: “Me quitó las palabras de la boca”. Me cuentan muchos que leer esta columna se ha convertido en su rutina de los jueves. Gracias, gracias. Al final ese aprecio es la mejor recompensa, y lo que me ha mantenido publicando esta columna casi ininterrumpidamente jueves a jueves por 25 años.

Polo a tierra

Y no vayan a creer, también me leen muchos sandinistas, simpatizantes del régimen. Me escriben en privado e incluso debaten alguna idea, porque leerme no significa necesariamente estar de acuerdo conmigo. De eso se trata la opinión. Tengo una anécdota que contar. En alguna ocasión, antes del 2018, estaba en una actividad y la pareja de una de las presentes era un trabajador del régimen e iba a llegar a traerla. Venía, según se dijo, de una reunión de los “comandos electorales”. Todos presentíamos un momento tenso. Llegó, estuvo unos minutos y no se habló de política. Cuando iba hacia mi carro, me siguió y me llamó: “Don Fabián”. Aquí viene el pleito, pensé yo. Pero no. Me dijo casi textualmente: “Yo siempre que puedo lo leo. Muchos de nosotros lo leemos. No siempre estamos de acuerdo, pero nos sirve como un polo a tierra”.

25 años

A pesar de todo, En Letra Pequeña ha sido una de las satisfacciones de mi vida. Siempre he dicho lo que pienso, y si alguna vez dejara de hacerlo, dejaría de escribir esta columna, porque sin libertad no tendría sentido hacerlo. Si ese caso se diera, espero que el silencio hable por mí. Gracias por acompañarme estos 25 años y ojalá vengan más.

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