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Julio Ampié grabó el momento en que llegaron a territorio estadounidense.

“Yo tuve ideas de escaparme”. El relato de la familia nica que viajaba hacia Estados Unidos y fue secuestrada en México

Julio Ampié Machado, su esposa Maribel Chavarría y sus hijos de 16 y 4 años fueron secuestrados por dos cárteles en México. Su familia en Nicaragua tuvo que pagar más de 30 mil dólares para el rescate. Ahora, ya en suelo estadounidense, cuentan el infierno que vivieron mientras estaban de rehenes

“Aquí vamos, con Dios primero, a entregarnos. Ya cruzamos el río (Bravo)”, dice Julio Ampié Machado con tono cansado mientras graba en video a su familia caminando en territorio estadounidense y en busca de una patrulla fronteriza. Lo acompaña su esposa Maribel Chavarría y sus hijos de 16 y 4 años, todos originarios de Boaco.

Su viaje hacia Estados Unidos duró más de lo planeado, ya que mientras esperaban la oportunidad para cruzar la frontera de México fueron secuestrados durante 29 días por dos carteles en Reynosa, Tamaulipas, México, y obligados a pagar un rescate de más de 30 mil dólares.

Como otros nicaragüenses, Julio Ampié decidió migrar de forma ilegal y buscar una mejor oportunidad de vida para él y su familia, ya que eran víctimas de agresiones, persecución y amenazas de muerte por su participación en las protestas de 2018 en Boaco. Ampié es un excarcelado político y tras su liberación huyó a España, donde permaneció casi dos años y pretendía obtener asilo político, pero este le fue negado.

Ante el incremento del acoso contra su familia, decidió retornar a Nicaragua en mayo de este año y recoger el dinero suficiente para migrar con ellos hacia Estados Unidos. “En cuanto caí al aeropuerto (en Nicaragua) me echaron preso, me tuvieron seis horas detenido, me amenazaron de muerte, me hicieron firmar unos papeles, (grabar) unos videos, me dejaron libre en el aeropuerto en la madrugada. Estuve alquilando una casa para mientras recogía el dinero para salir mojado para acá el norte”, cuenta a LA PRENSA.

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La travesía empezó a mediados de junio. Ampié dice que el viaje transcurrió sin problemas, hasta que fueron sacados de la casa donde habían sido resguardados por el coyote que los llevaría hacia Estados Unidos, en Reynosa, Tamaulipas, el pasado 3 de julio. “Fue la Policía estatal de México que nos secuestra a nosotros y nos vende al Cartel de Golfo. Ellos (la Policía) nos dijeron que todo iba a salir bien, que eran la misma gente del coyote que nos iba a cruzar. Nos pidieron unas claves que usan, pues yo le di la clave. ‘Ah sí está bien’, me dice, ‘es la misma gente. No te preocupés, nada más ellos nos van a reconocer algo ahí por este trabajo o qué querés’, me dice la policía estatal, ‘que te regresen a tu país o seguir trabajando, echando pa’lante, que logrés cruzar la frontera’”, relata.

La familia de migrantes fue trasladada en una camioneta hasta una bodega, donde también estaban otras personas secuestradas. Ahí, les dijeron que estaban con el Cartel del Golfo, que habían sido secuestrados y que debían pagar seis mil dólares por cada uno de ellos para ser liberados. Los raptores le pidieron a Ampié el número de teléfono de un familiar para que se comunicara con ellos y recogieran el dinero del rescate en un tiempo determinado, ya que la cuota aumentaba por cada día de retraso.

La familia de Julio Ampié migró hacia Estados Unidos desde junio pasado. LA PRENSA/Cortesía

Ampié dice que durante el secuestro fueron llevados a cinco bodegas diferentes y les daban poca comida, a veces tortillas con un pedazo de pollo o una comida estilo hot dog, y con el paso de los días les fueron racionando el agua, a dos o tres vasos por día. No había suficiente espacio para dormir y solo tenían un día a la semana para echarse agua en el cuerpo, porque no había condiciones para bañarse bien. “Nosotros lo que hacíamos era dejárselas (las tortillas) al niño, porque él comía su tortillita, pero al ratito estaba pidiendo comida, ahí no había medicamentos, no había cuestiones de uso de aseo, El que llevaba su suéter o chaqueta, pues era bendecido y el que no, pues tenía que aguantar”, agrega.

Los secuestradores los tenían vigilados. Los “bodegueros”, cuenta Ampié, eran las personas que se encargaban de cuidarlos y los “estacas” estaban en cada esquina de las bodegas armados con armas tipo AK, en caso de que alguien intentara huir. “Yo tuve ideas de escaparme, de decirle a mi mujer ‘corramos’, porque a veces se duermen los bodegueros, pero donde yo me di cuenta de que tienen a esas personas armadas, yo solo me encomendé a Dios”, relata Ampié.

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En una ocasión, su hijo menor se enfermó de diarrea y su esposa Maribel sufrió de dolor de oído y en una muela, por lo que tuvo que suplicarle a uno de los cuidadores que le aceptara un reloj que llevaba puesto a cambio de unas pastillas para el dolor y la infección. El hombre accedió y solo le llevó un blister de ibuprofeno.

15 días en el monte

Durante quince días, Ampié dice que los secuestradores los llevaron a un predio montoso para esconderlos y evitar el pago del arrendamiento de las bodegas y la energía eléctrica. También porque ahí estarían más seguros y la Policía molestaría menos. “Estábamos 63 personas debajo de unos palos, ahí nos caía la lluvia, ahí dormíamos sentados, a veces hasta el ojo de pie de lodo, nos daban dos o tres vasos de agua al día con una galleta nada más. El niño que lloraba, era amenazado el papá para que lo callara o le metiera un trapo en la boca, porque les delata dónde estaban ellos. Había 14 niños, incluyendo a mi niño menor de 4 años, y lo más duro es ver a tu hijo que te pide comida y no tenés nada que darle; y te pide agua y nada más te racionan con dos o tres vasos de agua al día; y te que golpean si no callás al niño o te golpean a vos, a muchos padres así los golpean, y los golpean y te llevan a vos para que mirés. Gracias a Dios a nosotros no nos golpearon, yo desde un principio les dije: ‘no toquen a mi familia, yo voy a ver cómo conseguirles su dinero’”, asegura.

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En el predio, dice, fueron encontrados por la Policía de migración y todos los migrantes tuvieron que correr para evitar que los atraparan. En ese momento, asegura, su familia ya había pagado 15 mil dólares y tenía temor de que si los agarraba la Policía perdería el dinero y la oportunidad de que los secuestradores los cruzaran hacia Estados Unidos, a como se lo habían prometido. Ampié le pidió a su esposa e hijos que corrieran juntos y no se separaran. Llegaron a una estación de buses donde los secuestradores los volvieron a encontrar. “Nos movieron en grupo, nos movieron a una casa de unos familiares (de ellos) en Reynosa, nos metieron a un cuarto pequeño, estábamos 16 personas, dormíamos prácticamente sentados, chineando al niño, con grandes olas de calor, pero ahí teníamos un poco más de agua, de comida”, agrega Ampié.

Julio Ampié y su hijo mayor de 16 años. LA PRENSA/Cortesía

Su familia paga el rescate

“Bueno, bueno, ustedes ya se van a ir, los vamos a cruzar”, así le informaron el 24 de julio a Ampié y su familia que ya habían pagado el rescate, que al final fue de 22 mil dólares, y que serían liberados. La familia de Ampié en Nicaragua denunció el secuestro de estos en los medios de comunicación y pidió ayuda económica para poder pagarle a los secuestradores. También nicaragüenses radicados en Estados Unidos organizaron colectas para recaudar dinero.

Durante su liberación, Ampié cuenta que los secuestradores los subieron a una camioneta y les dijeron que les comprarían los boletos de un bus que los llevaría hasta la ciudad de Matamoros, siempre en Tamaulipas, donde otras personas los llegarían a recoger para cruzarlos a Estados Unidos. Sin embargo, al llegar a la estación de buses no había nadie y el boaqueño se empezó a preocupar. “Ya yo le dije a mi hijo, a mi mujer: ‘esto no me gusta, qué pasa, por qué no nos están esperando’ y todavía le dije a mi mujer: ‘busquemos cómo escapar, buscar una iglesia, esto no me gusta’”. Mientras esperaban, dice, unos hombres se acercaron a ellos y les preguntaron de dónde eran y qué clave traían, a lo que Ampié les explicó lo que le dijeron los secuestradores.

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Los hombres, quienes posteriormente se identificaron como miembros del Cartel de Sinaloa, le aseguraron a Ampié que ellos los estaban esperando y los llevaron en una camioneta hasta otra casa. En el lugar, les dijeron que debían pagar una multa de 2,500 dólares por cada uno por estar en su zona y tenían un plazo de tres días. Ampié dice que abrazó a su familia y lloraron juntos, tenía miedo de que su familia en Boaco no pudiera pagar 10 mil dólares más y que los iban a matar. El dueño de la casa les prometió que no les robarían y que sí los iban a cruzar por el río Bravo. También les ofreció mejores alimentos y un buen lugar para dormir.

“Ellos se comunicaron con mi hermano (Jorge Ampié Machado) y yo le dije la situación que nos había hecho el primer cartel que no nos cruzó y que estábamos secuestrados ya por tercera vez. Yo le dije a mi hermano: ‘no sé cómo, prestá’, porque lo primero que me dijeron a mí: ‘si no recogés ese dinero, voy a separar a tu mujer y al niño menor para un lugar y a vos y a tu hijo mayor los vamos a meter a unos huecos’”, cuenta.

En Estados Unidos fueron trasladados a un centro de detención y posteriormente a un albergue. LA PRENSA/Cortesía

Llegan a Estados Unidos

La familia de Ampié pudo pagar el nuevo rescate y el pasado 30 de julio fueron liberados. Ampié, su esposa e hijos cruzaron el río Bravo ese mismo día, en horas de la mañana, en una balsa que ellos mismos ayudaron a inflar y una vez en tierra, se entregaron a una patrulla de migración de Estados Unidos.

“Ellos nos pasaron el río y nos entregamos con éxito, pensé que no lo iba a lograr, pero aquí estamos dándole gracias a Dios. Hay muchas personas que sé que nos ayudaron de una u otra manera, oraciones, en colectas, ya ahora me estoy dando cuenta cómo se desbordó la gente a ayudarnos. Algunos pensaron que era un montaje que estábamos haciendo para robarle a la gente, que nos estaban haciendo un autosecuestro pero no”, dice Ampié. El excarcelado político dice que aunque ya logró hablar con su familia en Boaco por videollamada, aún desconoce cómo hizo para recaudar todo ese dinero y qué es lo que se debe.

Una vez en Estados Unidos, las autoridades los ingresaron a un centro de detención y después de tomarles fotos y registrar sus huellas digitales fueron separados por grupos durante un día. Después fueron llevados a un albergue, donde les hicieron pruebas de Covid-19 y se quedaron durante dos noches.

Ampié dice que lleva fotos y pruebas de que es un perseguido político en Nicaragua, que está huyendo de la situación en el país y que había estado secuestrado en México. Las autoridades le indicaron que esos documentos debía presentarlos después, durante su proceso de solicitud de asilo.

La familia fue representada por un abogado que dispuso la Comunidad Nicaragüense de Texas; y eso contribuyó a que fueran liberados en menos tiempo, dice Ampié, quien agradece a Muriel Sáenz, miembro de la agrupación, porque se encargó de sacar del albergue a su familia, les compró ropa y los llevó a comer.

Ampié y su familia tuvieron que quedarse una noche en un hotel de McAllen, en Texas, pues su destino final era San Francisco, California, y el vuelo salía hasta las 11:56 a.m. de este pasado lunes. En San Francisco se alojarían en la casa de un boaqueño, que también se exilió, y les ofreció estadía.

“Estamos recuperándonos. Yo vengo enfermo, mi señora igual, el niño pequeño no tolera la comida, ahora que después de casi un mes, fueron 29 días los que estuvimos secuestrados. Ahora que hay mucha comida, él come y no tolera el estómago, vomita lo que come, venimos con problemas del estómago, todos, con problemas de amigdalitis”, dice Ampié.

El boaqueño asegura que pretende quedarse a trabajar en Estados Unidos y hacer una nueva vida junto a su familia, “porque no veo una luz para mi país completamente”. Espera que sus hijos empiecen a estudiar y se adapten a ese estilo de vida. También asegura que le han recomendado que contrate un buen abogado para que pueda agilizar el trámite de su asilo político.

“Les agradezco de corazón y no me queda nada más que decirles que Dios les bendiga en gran manera lo que hicieron por nosotros, los que pusieron un dólar, dos dólares, los que no pusieron dinero, pero oraron por nosotros, que también eso nos ayudó. Que sea Dios el que les puede pagar, todavía yo no puedo”, finaliza Ampié.

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